martes, 29 de enero de 2013

Querido repostero desconocido:



Ya estaba todo cuadrado. Había hecho toda una investigación previa. Lo admito, fue difícil, no se te encuentra tan fácil como la mayoría afirma. Muchos saben que existes, otros te consideran un mito, pocos te conocen, pero todos te han escuchado. Caminando sin rumbo, como el que no quiere la cosa, pregunté por ti por lo menos unas siete veces. “Ese se la pasa en Tierra de Nadie”, “vete para la Facultad de Arquitectura”, “es que solo lo vas a encontrar a partir de las cinco”, “es un pana de afro con una visera verde”, “tiene una patineta de gravity, cuando lo veas sabrás que es él, es un personaje”, algunas de las respuestas que obtuve. Debes sentirte especial, o por lo menos muy popular, eres todo un icono en la Central, pero me defraudaste. No apareciste.

Te cuento cómo pasó todo: llegué a la Central a eso de las 2:00pm. Estacioné en Estructural porqué si te soy sincera, no tenía mucha idea de cómo entrar por otro lado. La Central es un lugar complicado. Puede que la gente no se salude entre sí, pero todos, absolutamente todos saludan con cariño a La Negra, La Catira y a Canela. Y es que esas perras son de lo más simpáticas, y aparentemente tienen toda su vida ahí. Son como patrimonio de la universidad. Entré y nadie me pidió nada, no había ni siquiera un vigilante, de esos que también son como patrimonio, al que pudiera sonreírle y esperar una sonrisa de vuelta.

Lo que menos quería es parecer una extranjera, pero fallé en el intento. No tenía ni puta idea de dónde carajos estaba y sí, las groserías son necesarias para explicar mi situación. Decidí seguir al rebaño, tal cual una oveja más, pero es difícil seguir a un rebaño que no tiene un rumbo fijo. La gente camina hacia todo tipo de direcciones, y no te estoy exagerando. Escuché que un grupo de gente se iba a Tierra de Nadie para “entrar en la nota”. No estoy segura de a qué nota se referían, pero me emocionó saber que iban para allá y decidí adoptarlos como rebaño. Así llegué a un enorme jardín. Tierra de Nadie para quienes no estudian ahí, es un como mito o más bien como una leyenda, sabes que existe pero no te consta, no la conoces. Es ese lugar que tienes toda la vida escuchando y del que te han contado mil historias diferentes. Llegué como a eso de las 3:00pm. Esperaba un espacio enorme, como el que encontré, pero definitivamente pensaba que estaba mucho más alejado del público. Pensé que era como algo más secreto, más prohibido. Pero no, qué ignorante me sentí. Tierra de Nadie parece ser el corazón de la Central, está en todo el medio de la universidad. Me gusta ese nombre. Tierra de Nadie. Me gusta su significado. Un lugar que no le pertenece a nadie, un jardín sin dueño, una aldea sin cacique. Pensé por un momento que capaz un nombre más a apropiado podría ser Tierra de Todos, ya que si no es de nadie, ¿es porqué es de todos, no? En fin, esa duda existencial solo duró un par de minutos.

En Tierra de Nadie, de todos, o como sea, comenzó mi búsqueda detectivesca. Te estaba esperando, te esperé por más de dos horas, no quería pensar que no llegarías, quería creer que no eras un mito. Conversé con varios de tus secuaces. Crispy, hash, punto rojo, ganjah, fue lo que ofrecieron. Estoy segura de que se trataba todo de lo mismo pero con nombres diferentes para hacer del asunto algo más extravagante, más exótico. Tuve que rechazar sus amables invitaciones. No se mostraron ofendidos, capaz solo un poco sorprendidos. Creo que admiraban mi entusiasmo por esperarte tan pacientemente. Me lo advirtieron. Me arrepiento de no haberlos escuchado y seguir sus consejos, sabían perfectamente que no me buscarías aún si estuvieras ahí, pero fue como hablarle a un caballo con gríngolas. Yo solo estaba ahí por ti. Por ti y por nadie más.

Aparentemente Tierra de Nadie ya no es lo mismo. Me contaron que desde hace casi un año que un chamo se mató al caerse de un árbol haciendo telas, las cosas se complicaron para todos. Supuestamente se cayó porqué estaba drogado, eso dicen las mala lenguas. Pero la verdad es que nadie está muy seguro. Murió del impacto y ni siquiera hubo chance de llevarlo al clínico que queda apenas a unos metros. Desde entonces, la vigilancia abunda en la zona y puedo certificarlo. Vi a unos 3 guardias de seguridad rondando en la zona con sus respectivos perros detectores. Me senté bajo un árbol todo el tiempo que estuve ahí y la vecina del árbol de al lado no hacía más que reírse, de los perros y los vigilantes. “Esos perros no huelen una mierda, yo que te lo digo. Todo eso es puro show”. Show o no show, le quita encanto al lugar.

Ya ni siquiera sé por qué te cuento todo esto. Si no apareciste, tus razones tendrás. Yo solo tenía una razón para ir a Central: encontrarte. Pero ahora, no me queda nada más que seguirle a corriente a aquellos que te consideran un mito. No puedo afirmar lo contrario, me quedé con las ganas de conocerte. A ti y a tú peculiar gastronomía. ¿Es que acaso tenía que pedir una cita y nadie me lo dijo? ¿Qué tiene que hacer una persona para comprar un brownie en esa universidad? ¿Cinco horas esperándote no fueron suficientes? ¿Capaz una hora más hubiese hecho la diferencia? Nunca lo sabremos. 

Capaz esta carta te ayude a encontrarme. Es la única razón por la que la escribo. Tengo fe de que algún conocido tuyo la leerá y te ayudará a encontrarme. La búsqueda se invierte. Ahora te toca a ti. Búscame porqué te estaré esperando. A ti y a tus brownies

Andrea C. Ferro Sánchez
@AndreaFerroS


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