miércoles, 23 de enero de 2013

Vigilante no, oficial de seguridad

Conocí al señor Roberto por casualidad. Llegando a mi casa, amargada por las 2 horas de tráfico que me mantuvieron estacionada en frente de Hornos de Cal, lo que meno necesitaba es que alguien me hablara. Cruce la caseta de vigilancia, como llevo cruzándola casi 15 años de mi vida, y nunca nadie me había hablado, uno que otro saludo con la mano sí o una sonrisa por compromiso, pero hablarme, jamás. Pero el señor Roberto no solo me habló sino me regañó: “mire niña, uno no tiene la culpa de su mal día”.
El señor Roberto no es vigilante por gusto sino por necesidad. A sus 62 años de vida “el destino” como el mismo lo afirma, le jugó broma pesada obligándolo a desempeñar el cargo. Tras ejercer un puesto oficial como distribuidor mercantilista independiente en una empresa de productos orgánicos, un día como cualquier otro, un recorte de presupuesto  como cualquier otro, lo obligó a abandonar su puesto y a buscar nuevas oportunidades. “Uno no escoge donde nace, no soy el único que le hubiese gustado nacer en una familia de plata, pero no por eso me quejo. Ser pobre es una virtud, no todo el mundo puede hacerlo”. Durmiendo apenas 5 horas cada dos días, porque el oficio es lo que le permite, está lleno de vida y los ojos le brillan. No le tiembla la voz para contar su historia, por el contrario, siente un orgullo imponente al hablar de su vida y al comentar que una de las virtudes favoritas es la humildad.
Entre conversaciones interrumpidas, un fondo musical patrocinado por el juego de beisbol y una taza de café negro, pasamos juntos un rato agradable conversando. Le pregunté en qué soñaba cuando era niño y con cierta nostalgia alegó que, evidentemente no siempre quiso ser vigilante. “Y no es que me moleste este trabajo, la paga es buena y no es difícil. Pero a uno también le gustaría que de vez en cuando alguien bajara su vidrio para saludarnos. Es muy feo escuchar que se dirigen a nosotros como si estuviéramos pintados a la pared. El otro día escuché a alguien decirle a otro de nosotros: vigilanzucho. Además nosotros no somos vigilantes, somos oficiales de seguridad o por lo menos eso dice mi contrato”. El señor Roberto soñaba de niño con ser artista. El una lástima que su “destino” no lo dejara cumplir su sueño. Estudió 5 semestres Artes Plásticas en Bellas Artes, por situaciones ajenas a su voluntad tuvo que retirarse para prestar, obligatoriamente, el servicio militar. Pasaron los años y un día se despertó con una esposa y un hijo al cual mantener. Fue en ese momento que se dio cuenta que ser artista ya no era un camino viable.
A estas alturas, en sus ratos libres disfruta del deporte. Es maratonista inscrito en un club deportivo en La Pastora. Todos los domingos, religiosamente, asiste a misa y canta en el coro de su parroquia. Es abuelo de dos niños y padre de 3 hijos. Tiene 35 años de casado y sigue enamorado de su esposa.

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